Nezahualcóyotl, rey de Texcoco, poeta, filósofo y estadista, es recordado no solo como un líder justo, sino como uno de los mayores exponentes del pensamiento prehispánico. Gobernó con una visión única en la historia de Mesoamérica, haciendo de Texcoco un centro de arte, conocimiento y justicia en el Valle de México durante el siglo XV.
Desde joven, Nezahualcóyotl enfrentó desafíos desgarradores. A los 15 años, fue testigo de la muerte de su padre, asesinado por el tirano Tezozómoc. Obligado a huir para salvar su vida, comenzó un exilio en el que forjó su carácter y su visión del mundo. Durante años de exilio y persecución, alimentó un profundo deseo de recuperar su tierra y honrar la memoria de su padre.
Regresó triunfante a Texcoco en 1431, donde gobernó con inteligencia y compasión. Bajo su reinado, la ciudad floreció y se convirtió en un faro de cultura y sabiduría. Su visión abarcaba desde la arquitectura hasta la poesía. Ordenó la construcción de obras de ingeniería como el famoso acueducto que abastecía de agua potable a su ciudad. Pero quizá su legado más duradero esté en sus palabras y en su búsqueda de lo sagrado.
Nezahualcóyotl también fue un gran poeta, cuya obra refleja su fascinación por la fugacidad de la vida y su vínculo con lo divino. Sus versos resuenan con una melancolía que aún hoy nos toca: “¿Acaso se vive de verdad en la tierra? No para siempre en la tierra, sólo un poco aquí”. Su filosofía nos invita a apreciar cada instante, a reconocer la belleza efímera de la existencia y a buscar la armonía entre el hombre y el cosmos.
Este gran poeta-rey entendía que la vida es un suspiro en el vasto universo. En cada palabra, dejó plasmada su alma, una que nunca dejó de buscar la verdad y que supo ver más allá de lo terrenal. Nezahualcóyotl, el rey poeta, permanece inmortal, recordándonos que la grandeza reside no solo en el poder, sino en la capacidad de entender la vida con una profundidad que sobrevive al tiempo.
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